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MUCHO DADÁ

X y XI

X

-Habrá que tomarse un café-dijo mi padre, sonriente-es una de las cosas que se supone hay que hacer en Paris. Tomarse un café en una terracita bohemia. ¿No?
-Si, se supone, pero sería mejor si te gustara mínimamente la literatura y la bohemia.-añadió mi madre secamente-Además detestas el café
-Seguro que en una de esas terrazas si me gusta

Mi padre estaba intentando pasarlo bien, animar a mi madre un poco. Acababan de llegar a Paris, era de noche. Después de darse una ducha en el hotel no sabían por donde empezar, o, al menos, eso creía mi padre. Mi madre tenía planes que no pensaba contarle, planes únicamente para ella.

-Bueno, si tanta ilusión te hace tomarte un estúpido café vayamos cuanto antes..., ya es tarde- dijo mi madre con voz amarga e inmediatamente, dándose cuente de lo brusca y maleducada que había sido, cambió el tono- Perdóname, cariño, no sé qué me pasa, estoy de mal humor. No sé si habrá sido buena idea hacer este viaje.

-Yo creo que si ha sido buena idea. Y es normal que estés de mal humor y preocupada. Pero para eso hemos hecho este viaje, para relajarnos y desconectar...

Mi padre estaba de pie, enfrente de la cama de la habitación, vestido únicamente con un albornoz, descalzo, el pelo mojado. Mi madre estaba tumbada, también en albornoz, en una postura muy relajada, como si fuera una marioneta y la hubieran tirado de cualquier manera. Las piernas casi al descubierto, un pecho al aire. Se quedaron en silencio. De pronto mi padre sonrió, con cara de niño travieso y se sentó a su lado. Se inclinó suavemente y lamió el pecho. Alargó la mano y se la metió en la entrepierna.
- No, para, no me apetece lo más mínimo, no hemos venido aquí para hacer estas cosas. No hay tiempo que perder- dijo mi madre, apartándole la mano y tapándose el pecho- Vamos a tomar un café, por Dios, me estoy muriendo de sueño.
Mi padre no contestó, suspiró y se tumbó en la cama. Encendió un cigarro y se lo fumo mientras contemplaba como mi madre se preparaba para salir. Casi mejor no entender qué le pasa, mejor dejarla a ella, pensó para si mismo.
Ella se vistió, se puso un vestido negro, todo el rato muy pensativa, en total silencio los dos. Mi padre seguía tumbado, contemplándola. Ella se puso delante del espejo a maquillarse. Algo pasó. Los ojos de mi madre miraron los de mi padre en el espejo, paró de maquillarse. Se le acercó y lo abrazó llorando. Perdóname, eres tan bueno, te quiero tanto, no sé que habría sido de mí sin ti. Entre lágrimas. Tranquila, preciosa, ya verás como un día e estos te levantas por la mañana de la cama y te darás cuenta que ya pasó todo, siempre es así. Mientras la acaricia en la cabeza. Cuando ella paró de llorar tenía la línea de los ojos corrida por las lágrimas. Lágrimas negras, dijo mi padre sonriendo, mientras observaba como mi madre se limpiaba con el antebrazo los surcos oscuros que le habían quedado en los mofletes. Tienes el corazón tan ardiente que sueltas carbón por las lacrimales.

XI

Ahora me doy cuenta. La paz que se respira en este pueblo, el viento moviendo las hojas de los árboles, en frente de mi ventana, el olor de la hierba seca tan típico en estas fechas en las que se siegan los prados, todo esto, me hacía sospechar que quizás había perdón para mi, que había aprendido la lección. Pero no, aun no me he perdonado, aun no me merezco respirar tranquilo, disfrutar estos olores, estos amaneceres. Sigo desconectado. Mi alma se regocija con esta calma, cierto, pero se regocija porque, en el fondo, piensa que solo ella es capaz de disfrutar estas maravillas. No comparto mi dicha, no comunico, no conecto, me creo selecto, si llueve es para que yo esté triste y reflexione sobre la muerte, si hay tormenta es para hacerme sentir pequeño, si nieva es para convertir mi vida en jaiku. Sigo siendo el rey y lloro por los mismos errores, brindo con sensaciones extrañas. Sigo siendo el tuerto que cree que los demás son ciegos. Y eso se tiene que acabar, tengo que permeabilizarme, dejar que las cosas entren y salgan sin poner yo resistencia ni facilitar nada, fluir, nada más. Ser, aceptar que simplemente soy una pequeña conciencia no mejor ni peor que la de esta abeja que zumba ahora en mi habitación.
Recordar, anotar, tirar lastre. Dejar de tenerme miedo en los espejos.
No veo por qué que los santos tienen que necesariamente tener razón.

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