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MUCHO DADÁ

Libros asesinos

Siempre me pasa igual.
Hay libros que al ser leídos me incapacitan durante unos días para escribir cualquier cosa. Son libros asesinos.
Normalmente uso los libros como decía usarlos Max Aub, “como trampolín para coger impulso y poder escribir. De otros autores es el trampolín, mío el impulso y el salto”, pero de vez en cuando me topo libros que por una u otra razón, aun gustándome o fascinándome, no solo no me ayudan a escribir sino que me incapacitan para hacerlo. Son libros homicidas, jodidos libros que desean que no escribamos nunca más, que nos censuran cualquier intento.
En este caso a sido “Viaje al fin de la noche” de Celine, autor monstruoso en vida que llegó a escribir multitud de panfletos explicando que los judíos eran ratas a los que había que exterminar mucho antes de que se crearan los campos de concentración. Esta novela, que por cierto ya había leído y que ya me había provocado el mismo efecto aniquilante de la inspiración, es como un repelente para mis musas, ni una reflexión útil para mi escritura sale de sus increíbles páginas, de hecho me quita las ganas de escribir.
El otro día con una amigo llegué a la conclusión de que si no escribiera no leería y viceversa y parece cierto, pues ayer ni leí ni escribí por primera vez en dos años.
La novela asesina en cuestión esta vez no me la he acabado. Las novelas asesinas son extrañas, son contradicciones puras; en ellas un autor, o personaje, viene a defender, página tras página, que no merece la pena nada y menos aun escribir. Sin embargo suelen ser las más largas y las que más páginas contienen. Quizás sea que el autor sabe lo estúpido de sus ideas nihilistas y, consciente o inconscientemente, trata de purgar sus destructivas ideas mediante el ejercicio tántrico de la solitaria escritura.
Estas reflexiones banales me llevan a plantearme el argumento de mi última novela, de la cual llevo 180 páginas, que se quedarán en 150, y que espero llegue a ocupar 250. En dicha novela un joven personaje escritor deja su trabajo en una editorial y huye para convertirse en vagabundo y buscar el santo grial por el Mundo. Y me planteo una cuestión para mi muy importante: ¿estaré escribiendo también una novela asesina? y en tal caso ¿por qué, un defensor a ultranza de la escritura como yo, escribe un alegato sobre la negación de la literatura?
Solo se me ocurren tres posibles respuestas. La primera y más lógica es que escribimos para conocernos a nosotros mismos y para exorcizar nuestros temores; en mi caso el temor de volverme loco, el temor de dejar de escribir. La segunda, y más traída por los pelos, consiste en que estoy creando un personaje que deja sus sueños de estudios y de largas horas escribiendo en soledad para convertirse él mismo en su literatura, la mejor literatura, de una vez por todas. La tercera, y más absurdamente iluminada, es que el personaje soy yo mismo, dentro de unos meses, después de acabar de escribir esta novela asesina que le ha incapacitado por siempre para escribir y solo le queda el dejarse llevar por las ideas que llenan su cabeza, pues ya no las puede plasmar en un papel.

p.d. He recordado a un viejecito, fascista radical en sus tiempos, que siempre iba en mi ciudad a todas las conferencias de escritores y presentaciones de libros. Cuando acababan aplaudía y se iba satisfecho diciendo por lo bajo con una sonrisa en la boca “todo va bien, siguen escribiendo”.

p.d.d He llamado a mi padre, también escritor, gran lector, superior a mí en su pasión, casi al borde de la ancianidad, lleva 50 años escribiendo y gastándose los ojos recorriendo kilómetros de papel, y le he preguntado que si seguía escribiendo y leyendo con la misma intensidad. Me ha dicho que por supuesto, que escribe más que nunca y lee desde la mañana hasta la noche. Le he mandado un beso y he colgado el teléfono respirando tranquilo; todo va bien.

8 comentarios

Tristan Fagot -

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA, ME DAS PENA, NADIE COMPARA NADA, TRANKILA/O LISTA/O

Por cierto, no seas penosa/o y da la cara.
Paz

Anónimo -

¿Bukowski comparado con Céline? Me meo de la risa, como seguro que haría el bueno de Hank. Eso sólo demuestra que no habeis leido al bastardo francés, o que en el peor de los casos no habeis entendido ni papa. Y por cierto, la Szymborska es una papista polaca, no rusa.

Tristán Fagot -

Tu serás el culpable de meter el germen de esta enfermadad en los genes que llevas, o mejor, gracias a ti entrará el germen; nunca he comprendido porque en las películas tienen miedo de ser vampiros, a mi me encantaría, me dajaría morder de buena gana.
Aarinha,querida Franie, nuestro virus es para siempre, Seimour se encargó de hacernos unos marcianos.
Salud

Sr. S. -

Yo soy el único bicho raro de mi familia, entonces. Ni siquiera un primo lejano, cero, nada; el único que grita de emoción porque ha encontrado un nuevo autor y es la hostia, etc.

Sr. S. -

"Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón."

Soberbio y trastornado Céline (normal que fuera el escritor más admirado por Bukowski, aunque, en mi opinión, no llega a su altura; esa especie de lirismo sucio que destila)

Tristán Fagot -

Que yo sepa se hereda la pasión por las letras, pero eso más que herencia genética es condicionamiento cultural desde pequeño.

antwad -

¿Y se hereda algo de la escritura paterna? Ya mismo están buscando el gen del escritor...

monitor -

Jo, tener un padre escritor... Me alegro de no verme en esa tesitura.

Me recuerda la pregunta del rústico el día que el obispo visitó el pueblo:

- Excelencia, ¿su padre también era obispo?

A lo cual el obispo respondió:

- Cacho bestia, ¡los obispos no tienen padre!

O algo parecido :-)