El Ventilador
Siempre me compro un libro la primera semana de mes, es el único capricho que me doy, ya que mi escaso sueldo no me da para mucho más y, de paso, puedo tirarme casi un mes entero obsesionado con ese libro, aunque sea malo. Antes siempre tenía la duda entre comprar libros o cds, pero desde que tengo adsl en casa han ganado los libros por goleada. Me gustaría comprar tanto libros como cds originales, pero no me da para las dos cosas y un libro no se puede piratear, al menos no del todo, ya que leer un libro en la pantalla del ordenador me parece terriblemente desagradable.
Supongo que le pasará a mucha gente, pero para mi entrar a una librería es como entrar en una farmacia en la que me dejaran coger cualquier medicamento; voy con mucho cuidado para no coger las pastillas inadecuadas para mi carácter, como hace poco me paso al comprar la horripilante y facilota Biblia de neón(lo siento si a alguien le ha gustado, es mi opinión). No ojeo al azar, de hecho casi siempre voy más o menos a piñón fijo con una serie de autores que han mencionado en otros libros que me han gustado, como si comprara aspirinas y después fuera buscando más medicamentos con ácido acetíl salicílico, normalmente unos libros me llevan a otros. Vila-Matas (gran relaciones públicas) me presentó a Bolaño, a Oliverio Girondo y a Roberto Arlt, Bolaño, a su vez, me presentó a Georges Perec, este a Bertrand Rouselll, y así hasta el infinito. Además suele ser raro que un escritor que adore me presente a uno malo.
Bueno, no divaguemos, el caso es que hoy era el día de comprar mi libro, todo en mi cuerpo me lo decía, era momento de hacer arqueología editorial, un estado del alma propicio en el que sabes que vas a encontrar lo que estabas buscando. Desayuné, me vestí, me afeité, me peiné, cogí la cartera, las llaves de casa y salí a la soleada calle preparado para el safari. Cuando llegué al centro cambié de idea repentinamente. Quizás fuera el cuarto de hora de trayecto desde mi casa hasta mi librería, quizás fuera los 38 grados que marcaba el termómetro de la relojería de mi barrio, quizás, no se, pero no me compré ningún libro y, a cambio, me compré un ventilador.
Ventilador que ahora está girando frenéticamente, emitiendo un sonido de moscardón gigante, a mi lado, mientras escribo esta tontería. Ya me ha refrescado bastante, eso es verdad, y me empiezo a arrepentir de haberlo comprado, ya que mi mente no hay Dios quien la refresque. Estoy pensando en releer por tercera vez la quimera del oro, con esas frías estepas, esas frías descripciones, esos helados sentimientos, pero lo más seguro es que escriba un cuento sobre mi nuevo ventilador. Quizás trate de un ventilador que quería ser avión de guerra, o moscardón, alarma antiaérea, o estar cubierto de grasa en un bar de camioneros en el desierto de Arizona, un ventilador transexual que no se siente a gusto con su cuerpo, y está pensando en tomar hormonas, cambiarse el sexo, operarse para ser, de una vez por todas, lo que siempre ha querido ser: una bella y femenina minipimer.
Pero tengo que pensarlo, en el fondo está empezando a refrescar.
Supongo que le pasará a mucha gente, pero para mi entrar a una librería es como entrar en una farmacia en la que me dejaran coger cualquier medicamento; voy con mucho cuidado para no coger las pastillas inadecuadas para mi carácter, como hace poco me paso al comprar la horripilante y facilota Biblia de neón(lo siento si a alguien le ha gustado, es mi opinión). No ojeo al azar, de hecho casi siempre voy más o menos a piñón fijo con una serie de autores que han mencionado en otros libros que me han gustado, como si comprara aspirinas y después fuera buscando más medicamentos con ácido acetíl salicílico, normalmente unos libros me llevan a otros. Vila-Matas (gran relaciones públicas) me presentó a Bolaño, a Oliverio Girondo y a Roberto Arlt, Bolaño, a su vez, me presentó a Georges Perec, este a Bertrand Rouselll, y así hasta el infinito. Además suele ser raro que un escritor que adore me presente a uno malo.
Bueno, no divaguemos, el caso es que hoy era el día de comprar mi libro, todo en mi cuerpo me lo decía, era momento de hacer arqueología editorial, un estado del alma propicio en el que sabes que vas a encontrar lo que estabas buscando. Desayuné, me vestí, me afeité, me peiné, cogí la cartera, las llaves de casa y salí a la soleada calle preparado para el safari. Cuando llegué al centro cambié de idea repentinamente. Quizás fuera el cuarto de hora de trayecto desde mi casa hasta mi librería, quizás fuera los 38 grados que marcaba el termómetro de la relojería de mi barrio, quizás, no se, pero no me compré ningún libro y, a cambio, me compré un ventilador.
Ventilador que ahora está girando frenéticamente, emitiendo un sonido de moscardón gigante, a mi lado, mientras escribo esta tontería. Ya me ha refrescado bastante, eso es verdad, y me empiezo a arrepentir de haberlo comprado, ya que mi mente no hay Dios quien la refresque. Estoy pensando en releer por tercera vez la quimera del oro, con esas frías estepas, esas frías descripciones, esos helados sentimientos, pero lo más seguro es que escriba un cuento sobre mi nuevo ventilador. Quizás trate de un ventilador que quería ser avión de guerra, o moscardón, alarma antiaérea, o estar cubierto de grasa en un bar de camioneros en el desierto de Arizona, un ventilador transexual que no se siente a gusto con su cuerpo, y está pensando en tomar hormonas, cambiarse el sexo, operarse para ser, de una vez por todas, lo que siempre ha querido ser: una bella y femenina minipimer.
Pero tengo que pensarlo, en el fondo está empezando a refrescar.
2 comentarios
aarinha -
coincido plenamente con el tristán éste. Un libro es un objeto, un artefacto (y los amantes de la detectivesca literaria pueden entretenerse con lo de "artefacto") mágico de arquitectura sublime y dimensiones y proporciones vertiginosas. Su olor es como un derramarse de melenas en desvanes húmedos y secretos. El sonido de las hojas.
el color más o menos amarillento del papel
hay que leer repantigado
quedarse dormido con el libro en el pecho
si caen lágrimas sobre un libro el papel cede un poco y dan ganas de lamerlo
isaac antonio -