Al fin y al cabo somos todos humanos
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Al fin y al cabo somos todos humanos, ni buenos ni malos. Todos, sin excepción, manchamos la ropa interior. Pero esto no quiere decir nada, al menos para mí. No quiere decir que no tenga que odiaros a menudo, no quiere decir que me joda muchísimo tener que respirar por los dos pulmones a la vez, no poder comer latas como las cabras, no tener una frondosa melena como la de los leones, una cola para espantar las moscas, no ser duro y fresco como el mármol, que si me aplastas con un pie no cruja como las cucarachas. Realmente me fastidian tantas cosas que en días como estos se me olvidan las pocas que me agradan.
1
La ciencia nos engaña y mi pecho está vacío y mi corazón, al latir, si es que late, hace resonancia, como las campanas del pueblo donde nací, avisando, por todo el profundo valle, que la última anciana que vio morir a sus cuatro hijos en la guerra ha muerto. Mi cerebro, seguramente, no sirve para nada, y todo lo que nos rodea es, simplemente, un puto milagro.
2
Y sigo teniendo miedo, después de tantos años, a las pocas certezas que tengo. El simple hecho de estar seguro de que los ríos desembocan en el mar, de que el mar existe, de que en él hay peces, etc, me mataría, me fulminaría y me dejaría como unos plomos fundidos en el fondo de la despensa.
3
La certeza de que escribir la mejor novela, el poema definitivo, la canción total, pintar el cuadro esperado, son actos destructivos, pues, si algún día se diera el caso, debajo de mis pies se abriría un profundo abismo que nos tragaría a todos. La certeza de que todos somos bombas atómicas y de que los llamados fuegos fatuos de los cementerios no son otra cosa que pequeños hongos nucleares, y que las bombas más peligrosas son los artistas: en constante guerra fría con la vida.
4
Creo también que soy una crisálida y que lo bueno de mí, la mariposa, hace tiempo que salió volando a un sitio mejor, dejándome solo, sin alas, mutilado, en la ignorancia, la cual intento perforar con inútil empeño de carcoma, de topo enloquecido.
5
Pero, como ya he dicho, al fin y al cabo, somos todos humanos, aunque esto, al fin y al cabo, no quiera decir nada, aunque, al fin y al cabo, seamos todo buenos, seamos todos malos, aunque no sepamos nada, al fin y al cabo.
6
¡A Hamblet habría que juzgarlo enseguida por crímenes de guerra, el Quijote se merece la horca, todos los escritores tienen, necesariamente, que ser fusilados! me grito a mi mismo para tranquilizarme, pues, por hijo de puta que sea, nunca he pedido estos clavos en mi manos y pies, estos estigmas como acné.
6
La agencia inmobiliaria me ha engañado y me ha endosado un piso usado, viejo, frío y sin amueblar y me lo quiere vender por nuevo, aunque, viendo como está el mercado inmobiliario, tendré que aceptar, no quejarme, dar gracias a Dios por ser tan generoso.
6
Finalmente me excito con el fresco sabor del pecado al ver, creyéndomelas, las noticias, al ducharme, al afeitarme, y llego al orgasmo al cortarme, con sumo esmero, las uñas de los pies.
Al fin y al cabo somos todos humanos, ni buenos ni malos. Todos, sin excepción, manchamos la ropa interior. Pero esto no quiere decir nada, al menos para mí. No quiere decir que no tenga que odiaros a menudo, no quiere decir que me joda muchísimo tener que respirar por los dos pulmones a la vez, no poder comer latas como las cabras, no tener una frondosa melena como la de los leones, una cola para espantar las moscas, no ser duro y fresco como el mármol, que si me aplastas con un pie no cruja como las cucarachas. Realmente me fastidian tantas cosas que en días como estos se me olvidan las pocas que me agradan.
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La ciencia nos engaña y mi pecho está vacío y mi corazón, al latir, si es que late, hace resonancia, como las campanas del pueblo donde nací, avisando, por todo el profundo valle, que la última anciana que vio morir a sus cuatro hijos en la guerra ha muerto. Mi cerebro, seguramente, no sirve para nada, y todo lo que nos rodea es, simplemente, un puto milagro.
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Y sigo teniendo miedo, después de tantos años, a las pocas certezas que tengo. El simple hecho de estar seguro de que los ríos desembocan en el mar, de que el mar existe, de que en él hay peces, etc, me mataría, me fulminaría y me dejaría como unos plomos fundidos en el fondo de la despensa.
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La certeza de que escribir la mejor novela, el poema definitivo, la canción total, pintar el cuadro esperado, son actos destructivos, pues, si algún día se diera el caso, debajo de mis pies se abriría un profundo abismo que nos tragaría a todos. La certeza de que todos somos bombas atómicas y de que los llamados fuegos fatuos de los cementerios no son otra cosa que pequeños hongos nucleares, y que las bombas más peligrosas son los artistas: en constante guerra fría con la vida.
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Creo también que soy una crisálida y que lo bueno de mí, la mariposa, hace tiempo que salió volando a un sitio mejor, dejándome solo, sin alas, mutilado, en la ignorancia, la cual intento perforar con inútil empeño de carcoma, de topo enloquecido.
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Pero, como ya he dicho, al fin y al cabo, somos todos humanos, aunque esto, al fin y al cabo, no quiera decir nada, aunque, al fin y al cabo, seamos todo buenos, seamos todos malos, aunque no sepamos nada, al fin y al cabo.
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¡A Hamblet habría que juzgarlo enseguida por crímenes de guerra, el Quijote se merece la horca, todos los escritores tienen, necesariamente, que ser fusilados! me grito a mi mismo para tranquilizarme, pues, por hijo de puta que sea, nunca he pedido estos clavos en mi manos y pies, estos estigmas como acné.
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La agencia inmobiliaria me ha engañado y me ha endosado un piso usado, viejo, frío y sin amueblar y me lo quiere vender por nuevo, aunque, viendo como está el mercado inmobiliario, tendré que aceptar, no quejarme, dar gracias a Dios por ser tan generoso.
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Finalmente me excito con el fresco sabor del pecado al ver, creyéndomelas, las noticias, al ducharme, al afeitarme, y llego al orgasmo al cortarme, con sumo esmero, las uñas de los pies.
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