Alba
Tengo sueño. Tengo tanto sueño que creo que voy a desmayarme de un momento a otro. Aunque qué más querría yo, eso significaría dormir. Dormir. No, seguramente me moriré antes que dormirme.
. Todo por una obsesión que empezó con una pregunta a la que estoy empeñado en dar respuesta, o, más bien, a la que tengo que encontrar respuesta si quiero seguir viviendo.
Todo empieza de noche, hace un mes. Solo en mi casa. Y un poema que me atrapa, que me pilla desprevenido, un puñetazo, una sobredosis.
ALBA
He abrazado el alba de verano.
Nada se movía aún en el frente de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombras no abandonaban la ruta del bosque. Caminé despertando los alientos vivos y tibios, y las pedrerías miraron, y las alas se levantaron sin ruido.
La primera empresa fue, en el sendero ya pleno de frescos y pálidos destellos, una flor que me dijo su nombre.
Reí al Wasserfall rubio que se desgreñó entre los pinos: en la cima plateada reconocí a la diosa.
Entonces levanté uno a uno los velos. En la arboleda, agitando los brazos. Por la llanura, donde la denuncié al gallo. En la gran ciudad ella huía entre campanarios y domos, y corriendo como un mendigo sobre los muelles de mármol, la perseguí.
En lo alto de la ruta, junto a un bosque de laureles, la he rodeado con sus velos encimados y he sentido un poco su inmenso cuerpo. El alba y el niño cayeron al pie del bosque.
Al despertar era mediodía.
Rimbaud
Lo leí por primera vez después de haberlo leído mil veces antes. Lo llevo leyendo desde entonces, aunque me lo sepa de memoria. Pero aquella noche solo lo pude leer una vez, eso me bastó para que después me diera miedo mi casa, para que el retrato de mi hermana que tengo colgado en la pared me siguiera con los ojos. El espacio entre los muebles, las rendijas, lo que hay debajo del sofá, dentro de los libros, esos agujeros que tienen los ladrillos de las paredes de mi casa, dios, esos agujeros, en ellos está el infierno, algo vivo que grita sin que nadie pueda salvarlo de su encierro, en mi despensa, dentro de la caja de cereales, tantos agujeros para esconderse, rincones, nunca he puesto un pie en el techo, algún obrero que esta muerto construyó esta casa donde vivo, antes de esta casa había otra, y otra, y otra, y antes un bosque o una pradera y en ella un soldado árabe duerme las siesta apoyado en una piedra. Todo eso y mucho más. Gente asomada a los balcones, durante miles de años, mirando la misma luna que yo miro y haciéndose las mismas preguntas, o susurrando los mismos malos versos. Demasiado.
Cómo dormir si no veo lo que hay en los huecos que dejan entre si las palabras.
Cómo soñar con descansar si cada vez que escucho hablar lloro de emoción ante tal milagro, ante esa fuente de energía que es el lenguaje, más potente que cualquier mísera bomba atómica. Y todas esas cosas.
Cómo hacer nada si tengo un microscopio en vez de ojos.
Cómo dormirme sin contemplar el alba, y perseguirla. Caer los dos, abrazados, al pie del bosque.
Despertar cuando sea mediodía.
Y una pregunta que no recuerdo de tantas veces pronunciada pero que todos nos hacemos.
. Todo por una obsesión que empezó con una pregunta a la que estoy empeñado en dar respuesta, o, más bien, a la que tengo que encontrar respuesta si quiero seguir viviendo.
Todo empieza de noche, hace un mes. Solo en mi casa. Y un poema que me atrapa, que me pilla desprevenido, un puñetazo, una sobredosis.
ALBA
He abrazado el alba de verano.
Nada se movía aún en el frente de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombras no abandonaban la ruta del bosque. Caminé despertando los alientos vivos y tibios, y las pedrerías miraron, y las alas se levantaron sin ruido.
La primera empresa fue, en el sendero ya pleno de frescos y pálidos destellos, una flor que me dijo su nombre.
Reí al Wasserfall rubio que se desgreñó entre los pinos: en la cima plateada reconocí a la diosa.
Entonces levanté uno a uno los velos. En la arboleda, agitando los brazos. Por la llanura, donde la denuncié al gallo. En la gran ciudad ella huía entre campanarios y domos, y corriendo como un mendigo sobre los muelles de mármol, la perseguí.
En lo alto de la ruta, junto a un bosque de laureles, la he rodeado con sus velos encimados y he sentido un poco su inmenso cuerpo. El alba y el niño cayeron al pie del bosque.
Al despertar era mediodía.
Rimbaud
Lo leí por primera vez después de haberlo leído mil veces antes. Lo llevo leyendo desde entonces, aunque me lo sepa de memoria. Pero aquella noche solo lo pude leer una vez, eso me bastó para que después me diera miedo mi casa, para que el retrato de mi hermana que tengo colgado en la pared me siguiera con los ojos. El espacio entre los muebles, las rendijas, lo que hay debajo del sofá, dentro de los libros, esos agujeros que tienen los ladrillos de las paredes de mi casa, dios, esos agujeros, en ellos está el infierno, algo vivo que grita sin que nadie pueda salvarlo de su encierro, en mi despensa, dentro de la caja de cereales, tantos agujeros para esconderse, rincones, nunca he puesto un pie en el techo, algún obrero que esta muerto construyó esta casa donde vivo, antes de esta casa había otra, y otra, y otra, y antes un bosque o una pradera y en ella un soldado árabe duerme las siesta apoyado en una piedra. Todo eso y mucho más. Gente asomada a los balcones, durante miles de años, mirando la misma luna que yo miro y haciéndose las mismas preguntas, o susurrando los mismos malos versos. Demasiado.
Cómo dormir si no veo lo que hay en los huecos que dejan entre si las palabras.
Cómo soñar con descansar si cada vez que escucho hablar lloro de emoción ante tal milagro, ante esa fuente de energía que es el lenguaje, más potente que cualquier mísera bomba atómica. Y todas esas cosas.
Cómo hacer nada si tengo un microscopio en vez de ojos.
Cómo dormirme sin contemplar el alba, y perseguirla. Caer los dos, abrazados, al pie del bosque.
Despertar cuando sea mediodía.
Y una pregunta que no recuerdo de tantas veces pronunciada pero que todos nos hacemos.
4 comentarios
yessica aguirre -
Tristán Fagot -
la vida misma
sin espejos
Alicia
Monsieur Destouches -
En mi caso la ginebra será de garrafón, para darle un toque castizo y guiñarle un ojo a Marsé.
P.D.- Cheee, ya sabés, Asturianísimo, que si se me tocan los Rimbauds me pongo postnuclear. Tu post estuvo soberbio. Bárbaro, viejo, bárbaro.
Marian -