Un día cualquiera
Habíamos montado en nuestras motos y recorríamos enloquecidos la pampa argentina. Nos detuvimos en un templo, quizás romano, a arañarnos la cara contemplando las estrellas, contándonos poemas y chistes guarros, o poemas guarros.
Casi no dormimos esa noche y, cuando despertamos, los que no estábamos fosilizados, fuimos fusilados por helicópteros rojos que nos seguían desde hacía días.
Había estado todo el día hablando en inglés con desconocidos, recitando a T.S. Elliott, como si vomitara, en las esquinas. En fin, esas cosas que hacemos los que no aceptamos haber fracasado. Anoté los nombres de las calles, dolores, tedio y unos chicos fuertes que remaban en el Támesis: 100% zumo de Oxford.
En el parque los brazos velludos de los obreros excavaban la tierra y palomas borrachas me pedían que las matara.
De madrugada busqué pornografía en la televisión, en los canales locales de semen y superstición, de orinal y camisón, y la poca que encontré, setas en un en un tronco podrido, me dio asco. Mi poya se quedó dormida entre mis manos, como el cadáver de un niño prematuro, de un bebé malformado, retrasado.
Las baldosas del suelo eran de turrón duro,
los canguros habían matado a sus hijos
y cargaban en sus bolsas botellas de orujo.
Casi no dormimos esa noche y, cuando despertamos, los que no estábamos fosilizados, fuimos fusilados por helicópteros rojos que nos seguían desde hacía días.
Había estado todo el día hablando en inglés con desconocidos, recitando a T.S. Elliott, como si vomitara, en las esquinas. En fin, esas cosas que hacemos los que no aceptamos haber fracasado. Anoté los nombres de las calles, dolores, tedio y unos chicos fuertes que remaban en el Támesis: 100% zumo de Oxford.
En el parque los brazos velludos de los obreros excavaban la tierra y palomas borrachas me pedían que las matara.
De madrugada busqué pornografía en la televisión, en los canales locales de semen y superstición, de orinal y camisón, y la poca que encontré, setas en un en un tronco podrido, me dio asco. Mi poya se quedó dormida entre mis manos, como el cadáver de un niño prematuro, de un bebé malformado, retrasado.
Las baldosas del suelo eran de turrón duro,
los canguros habían matado a sus hijos
y cargaban en sus bolsas botellas de orujo.
4 comentarios
Tristán Fagot -
monitor: los canguros alcohólicos siempre me han atraido
odyseo: sin duda lo del trago es preferible
odyseo -
monitor -
desordenando -