Toreros al amanecer
Siempre he querido ser una estrella de rock. Desde la primera vez que oí, con 12 años, a los Rolling Stones siempre he sabido que quería eso, quería ser como Mick Llager. Llegar a los sitios entre fuertes medidas de seguridad, cada noche una ciudad, de la que no me importara ni el nombre, emborracharme, drogarme, destrozar las habitaciones de los hoteles, elegir, al azar, una joven groupie de entre las cientos que hacen guardia delante del hotel y tirármela sin ningún tipo de delicadeza, y ella consentir, y para ella ser la noche más feliz de su vida, estar follándose a un dios. O enamorarme de alguna de vez en cuando, pero como soy un genio loco y sensible, tan pronto pegarle palizas como escribirle poesías y canciones, matarla palos, hacer que sufra, que llore por mi, ponerle mucho los cuernos, con hombres incluso, pero hacer que pase a la historia como nombre de canción, llamarla Angie y darle tres hijos de los que no querré saber nada cuando me separe de ella. Y luego el escenario, mover mi culo delante de miles y miles de personas que gritan a cada sacudida de mi pelvis, que corean mis canciones, esa masa informe de pasiones, de sueños, de gritos, miles de ojos posados sobre mi, esa masa de la que me separan unos metros y unos tíos cachas, esa masa que, si cometiera el error de mezclarme con ella, si tropezara y cayera, me descuartizaría, me mataría, no dejaría de mi ni un trocito, me arrancarían la piel por pasión, se pelearían entre ellos por matar a su ídolo en la más horrible de las muertes. Los aplausos garantizados haga lo que haga, esos aplausos como olas de un mar extraterrestre, esos silbidos, gritos y ovaciones.
Pero claro, no soy una estrella, soy una meteorito torpe y frío, una hormiguita entre miles de millones de hormiguitas, un joven que está dejando de ser joven, un joven al que un dios maligno condenó a arrastrar toda su vida una malformación en la pierna derecha que le hace cojear al ritmo de su tristeza, que le hace lanzarse a la carretera, enfadado, entre los coches, con esa decisión suicida que solo los cojos podemos tener, toreros del borde del abismo, toreros desesperados.
Si al menos quisiera ser Lord Byron, eso me daría una excusa, incluso me sentiría orgulloso de mi cojera. Escribiría poemas apasionados, lucharía en guerras extranjeras y sabría que la muerte me espera en una habitación encalada y soleada en un país balcánico. Si me gustara un poco más la literatura, ese reino llenos de mal formados, feos y tarados, de estrellas errantes y solitarias que tejen sus telas con mecánica obsesión noche tras noche de desvelo... Pero no, yo quiero ser una estrella del rock.
Quiero ser un dios, quiero ser bello y perfecto, quiero la inmediatez, quiero pasiones, quiero. Quiero la vida en la carretera y las noches de rock and roll. Quiero repetir por siempre, en una especie de bucle infinito, el fin de semana pasado, que siempre sea el fin de semana pasado, en el que fui una estrella durante un día.
Tengo unos amigos que tocan en un grupo de rock, muy buenos amigos con los que tocaría si me hubiera molestado en aprender a tocar algún instrumento en vez de aprender a vestirme, a mirar, a posar delante de un espejo como una estrella. Van ha grabar dentro de poco su primer disco y para que rueden, para que cojan un poco de tablas, su discográfica quiere que telonén a grupos de más fama. Así pues el fin de semana pasado telonearon a Fran Plakan, un mítico músico americano de rock, en su concierto en Bilbao y como la discográfica pagaba el hotel y todos los gastos y sobraba un sitio en la furgoneta, me invitaron a acompañarlos.
Salimos el viernes por la mañana de Madrid. Nada más montar en la furgoneta pude constatar, al ver lo apretados que íbamos todos, que me habían mentido, que no sobraba ningún sitio, que me habían dicho que sí conscientes de que me vendría muy bien. Se lo dije y se rieron y me contestaron que me relajara y disfrutara de la aventura. Y vaya si disfruté. El viaje, aun sin espacio, fue una delicia, un montón de roqueros escuchando música a todo volumen y bebiendo bourbon a 150 por hora en las llanuras españolas, que perfectamente podrían ser las de California. Paramos a comer en un bar de carretera, llenos de camioneros, que cuando nos vieron entrar, todos encuerados, con nuestras largas melenas, nuestros fulares al cuello, nuestras camperas y los ojos pintados, se pusieron nerviosos para regocijo nuestro.
Llegamos a Bilbao a eso de las siete de la tarde, dejamos las cosas en el hotel y nos lanzamos a los bares. Éramos reyes, éramos los putos amos en esa pequeña capital de provincia, y lo sabíamos, por como nos miraban, por que los camareros nos atendían primero a nosotros que a nadie, porque las chicas se nos acercaban tímidamente y nos preguntaban, ¡en inglés!, si éramos de algún grupo, a lo que mis amigos contestaban, en inglés a su vez, que sí, y me presentaban, entre risas, a mi como al cantante del grupo. No sé cuanto bebimos, pero fue mucho, las copas venían y se iban una tras otra, nunca en mi vida he bebido tanto, sin parar, como locos, hasta que llegó la hora del concierto y fuimos a la sala.
En la sala entré por primera vez en ese mundo de vicio y depravación, ese tugurio underground que es el hábitat natural de la fauna roquera, entré en los camerinos. Estaban llenos de pintadas, como cuevas prehistóricas, estaban llenos de bebidas alcohólicas, de comida, de gente, de rayas de cocaína encima de un espejo. Bebida que me bebí, comida que comí y vomité, rayas que esnifé por primera vez en mi vida.
Mis amigos bordaron el concierto y Plakan también. Al menos eso creí intuir por los gritos y aplausos entre canción y canción, por sus caras exultantes de felicidad y excitación cuando volvieron al camerino del que yo no me había movido para no estropear la magia, para no mezclarme por millonésima vez con el público, con la plebe, con los otros. Después más y más alcohol, y más chicas que vinieron a la caza y captura de las estrellas o, en caso de no llegar hasta ellas, por cualquier persona del entorno de estas. Esas chicas me vieron y pensaron que yo era algún músico bohemio amigo de Plakan, me hablaron en inglés y yo les contesté en inglés.
Y así durante horas, en otros bares, ya con Plakan en el grupo, de fiesta en fiesta, de risa en risa, y yo en medio de todo, yo uno más, yo una puta estrella.
A eso de las 8 de la madrugada entramos en un bar muy sórdido que era el único que quedaba abierto. La mayor parte de la gente había ido retirándose, o desmayándose por los excesos, o perdiéndose por ahí con cualquier conquista, tan solo quedábamos cinco personas, ninguna de ellas mis amigos, los amigos con los que había venido, Plakan entre ellos, borracho perdido, diciendo fuck a cualquier chica que se cruzara por su camino. Menudo tío el Plakan, neoyorquino de casi 50 años, de larga cabellera rubia y siempre con uno de sus sombreros puesto, las leyendas decían que no se los quitaba ni para follar, menudo tío, toda una estrella, había trabajado en todos los oficios posibles, había triunfado en los años 70 con tres discos que vendieron millones de copias, lo llamaban el sucesor de Dylan, no Tomas, sino Bob, el mejor. Después no había vuelto a sacar ningún disco digno en casi 15 años, probablemente por que se había hecho cocainómano y alcohólico y no tenía muy claras las ideas como para componer nada. Durante los años ochenta había vivido dando tumbos de aquí para ya, de ciudad en ciudad, de paliza en paliza, trabajando como encuestador, como camarero, como vendedor de collares horribles, y tocando, cuando podía, en algún tugurio a cambio de un poco de alcohol. Cuando más bajo llegó fue en las Vegas donde había trabajado de imitador de Elvis en un puticlub de las afueras. Ahí fue donde justamente lo encontró un productor de una multinacional, que, por lo visto, había sido muy fan suyo de joven, y lo había rescatado, le había sacado un disco y le había devuelto a la circulación. Joder, que tipo el Plakan, y yo con el bebiendo mano a mano, diciendo fuck a las tías, en un antro, como amigos de toda la vida. Manda huevos, cómo es la vida.
Seguimos bebiendo hasta que de los cinco que quedaban ya solo estábamos Plakan, que no quería irse bajo ningún concepto, y yo. Me pasó un brazo por encima del hombro y me dijo, en español, vamos a beber como hombres. Y así hicimos, vaya unos hombres estábamos hechos el viejo y yo. No paramos de tragar hasta que nos echaron del bar, ya de mañana.
Camino de hotel pasamos por delante del Gugenhein y Plakan se puso a reír, después me pregunto si me apetecería sentarme en el paseo de la ría. Le dije que sí y nos sentamos en un banco. La luz del día le daba un aspecto cadavérico, estaba pálido, lleno de marcas y arrugas. Me dijo que estaba triste, estoy jodido, amigo, estoy hecho polvo. Lo siento Plakan. No dijo nada. El sol salía por entre las montañas, como un rey malvado que viene a joderlo todo, a demostrar que somos humanos, a enseñarnos los desperfectos que la noche tapa. No te conozco de nada, Manuel, de nada y estarás flipando con este viejo chocho que viene a contarte sus problemas. Puedes contarme lo que quieras, yo te admiro y quiero aprender de ti. Cuando oyó esto se rió tanto que creí que se iba a ahogar de lo rojo que estaba. ¡¡ Me admiras!!, ¡¡ pero si no me conoces!!¡yo soy una mierda que ha tirado su vida por la borda! un viejo solitario que no tiene donde caerse muerto, que no tiene nadie que lo quiera. Pero no, tú eres muy grande, tú has vivido, tú tienes cosas que contar, tú eres todo lo que yo quiero ser. Yo he sido alcohólico, yo he sido drogadicto, yo he estado en mil sitios y apenas recuerdo dos, yo he hecho daño a las pocas personas que me querían, yo he tenido una vida de mierda. Unas palomas se pusieron a comer delante de nosotros, rebuscando entre las cáscaras de pipas y la gravilla del suelo, me quedé mirándolas, escuchando su gorgoteo. Cuado mire a Plakan estaba llorando. Qué te pasa Plakan, por qué lloras, tú tienes gente que te quiere, tú tienes tu música. Yo no tengo nada, mi música hace ya treinta años que me ha abandonado, los temas de mis discos ya no los compongo yo, no tengo nada y nadie me llorará cuando me muera. Plakan, aun eres joven, te queda muchas cosas que hacer antes de morir, puedes incluso tener hijos, puedes tener todo lo que quieras Me estoy muriendo, me estoy pudriendo, estoy caducado, Manuel, para mi ya no hay tiempo, tengo cáncer de estomago, tengo un tumor en las putas tripas. Las palomas seguían ahí, nos llegaba el ruido de la ciudad que despertaba, de las verjas de las tiendas subiéndose, chirriando, pasó un barco silencioso por la ría, un barco lleno de turistas, alguno nos sacó una foto. Lo siento, lo siento mucho, solo acerté a decir. El me miró y se calló, se secó los ojos. Los pájaros cantaban en los árboles, encima de nuestras cabezas, yo hacía dibujos con el tacón de mi campera en la gravilla, círculos, cuadrados, A, B, C, un corazón. ¿Sabes que en español la palabras tumor y humor suenan muy parecidas?. Me miró desconcertado. ¿Sí? O sea que podríamos decir que ahora mismo estoy de buen tumor, añadió con una sonrisa en los labios. Si, representaría muy bien tu estado anímico, le contesté sonriendo. Seguimos sonriendo en silencio. Oye Manuel...¿Si, Kaplan?. ¿Sabes por qué siempre llevo sombrero? Sí, porque una vez, colocado, soñaste que un dragón te cagaba en la cabeza y porque tu maestro y tutor, el que te enseñó a tocar la guitarra, un viejo negro, Big Joe, decía que un caballero siempre lleva sombrero. No, Manuel, no, mira. Le miré y no di crédito a lo que vi.¡Estaba totalmente calvo! una enorme y blanca calva que comenzaba justo donde acababa el sombrero. Empezamos a reírnos a carcajadas, histéricos, felices, me caí al suelo entre lágrimas, algunas personas que paseaban nos miraban alarmados del estruendo que estábamos metiendo.
Nos levantamos y nos fuimos al hotel. Nos despedimos con una abrazo, probablemente nunca lo volvería a ver. En la cama del hotel tardé un poco en dormirme, me dormí justo cuando me di cuenta que Plakan no me había dicho nada de mi obvia cojera. Qué tipo el Plakan, pensé antes de dormirme.
Así pues, como ya os he dicho, repetiría ese día, esa noche, eternamente, toda una vida, o muchas vidas. Para que nadie me preguntara nunca el por qué de mi cojera, para ser esa estrella que siempre quise ser, esa estrella fugaz que reluce más cuanto menos dura, para llevar esa vida que nunca llevaré, para poder quejarme de llevarla y, sobre todo, para que Plakan estuviera siempre de buen tumor, para que viviera eternamente.
Pero claro, no soy una estrella, soy una meteorito torpe y frío, una hormiguita entre miles de millones de hormiguitas, un joven que está dejando de ser joven, un joven al que un dios maligno condenó a arrastrar toda su vida una malformación en la pierna derecha que le hace cojear al ritmo de su tristeza, que le hace lanzarse a la carretera, enfadado, entre los coches, con esa decisión suicida que solo los cojos podemos tener, toreros del borde del abismo, toreros desesperados.
Si al menos quisiera ser Lord Byron, eso me daría una excusa, incluso me sentiría orgulloso de mi cojera. Escribiría poemas apasionados, lucharía en guerras extranjeras y sabría que la muerte me espera en una habitación encalada y soleada en un país balcánico. Si me gustara un poco más la literatura, ese reino llenos de mal formados, feos y tarados, de estrellas errantes y solitarias que tejen sus telas con mecánica obsesión noche tras noche de desvelo... Pero no, yo quiero ser una estrella del rock.
Quiero ser un dios, quiero ser bello y perfecto, quiero la inmediatez, quiero pasiones, quiero. Quiero la vida en la carretera y las noches de rock and roll. Quiero repetir por siempre, en una especie de bucle infinito, el fin de semana pasado, que siempre sea el fin de semana pasado, en el que fui una estrella durante un día.
Tengo unos amigos que tocan en un grupo de rock, muy buenos amigos con los que tocaría si me hubiera molestado en aprender a tocar algún instrumento en vez de aprender a vestirme, a mirar, a posar delante de un espejo como una estrella. Van ha grabar dentro de poco su primer disco y para que rueden, para que cojan un poco de tablas, su discográfica quiere que telonén a grupos de más fama. Así pues el fin de semana pasado telonearon a Fran Plakan, un mítico músico americano de rock, en su concierto en Bilbao y como la discográfica pagaba el hotel y todos los gastos y sobraba un sitio en la furgoneta, me invitaron a acompañarlos.
Salimos el viernes por la mañana de Madrid. Nada más montar en la furgoneta pude constatar, al ver lo apretados que íbamos todos, que me habían mentido, que no sobraba ningún sitio, que me habían dicho que sí conscientes de que me vendría muy bien. Se lo dije y se rieron y me contestaron que me relajara y disfrutara de la aventura. Y vaya si disfruté. El viaje, aun sin espacio, fue una delicia, un montón de roqueros escuchando música a todo volumen y bebiendo bourbon a 150 por hora en las llanuras españolas, que perfectamente podrían ser las de California. Paramos a comer en un bar de carretera, llenos de camioneros, que cuando nos vieron entrar, todos encuerados, con nuestras largas melenas, nuestros fulares al cuello, nuestras camperas y los ojos pintados, se pusieron nerviosos para regocijo nuestro.
Llegamos a Bilbao a eso de las siete de la tarde, dejamos las cosas en el hotel y nos lanzamos a los bares. Éramos reyes, éramos los putos amos en esa pequeña capital de provincia, y lo sabíamos, por como nos miraban, por que los camareros nos atendían primero a nosotros que a nadie, porque las chicas se nos acercaban tímidamente y nos preguntaban, ¡en inglés!, si éramos de algún grupo, a lo que mis amigos contestaban, en inglés a su vez, que sí, y me presentaban, entre risas, a mi como al cantante del grupo. No sé cuanto bebimos, pero fue mucho, las copas venían y se iban una tras otra, nunca en mi vida he bebido tanto, sin parar, como locos, hasta que llegó la hora del concierto y fuimos a la sala.
En la sala entré por primera vez en ese mundo de vicio y depravación, ese tugurio underground que es el hábitat natural de la fauna roquera, entré en los camerinos. Estaban llenos de pintadas, como cuevas prehistóricas, estaban llenos de bebidas alcohólicas, de comida, de gente, de rayas de cocaína encima de un espejo. Bebida que me bebí, comida que comí y vomité, rayas que esnifé por primera vez en mi vida.
Mis amigos bordaron el concierto y Plakan también. Al menos eso creí intuir por los gritos y aplausos entre canción y canción, por sus caras exultantes de felicidad y excitación cuando volvieron al camerino del que yo no me había movido para no estropear la magia, para no mezclarme por millonésima vez con el público, con la plebe, con los otros. Después más y más alcohol, y más chicas que vinieron a la caza y captura de las estrellas o, en caso de no llegar hasta ellas, por cualquier persona del entorno de estas. Esas chicas me vieron y pensaron que yo era algún músico bohemio amigo de Plakan, me hablaron en inglés y yo les contesté en inglés.
Y así durante horas, en otros bares, ya con Plakan en el grupo, de fiesta en fiesta, de risa en risa, y yo en medio de todo, yo uno más, yo una puta estrella.
A eso de las 8 de la madrugada entramos en un bar muy sórdido que era el único que quedaba abierto. La mayor parte de la gente había ido retirándose, o desmayándose por los excesos, o perdiéndose por ahí con cualquier conquista, tan solo quedábamos cinco personas, ninguna de ellas mis amigos, los amigos con los que había venido, Plakan entre ellos, borracho perdido, diciendo fuck a cualquier chica que se cruzara por su camino. Menudo tío el Plakan, neoyorquino de casi 50 años, de larga cabellera rubia y siempre con uno de sus sombreros puesto, las leyendas decían que no se los quitaba ni para follar, menudo tío, toda una estrella, había trabajado en todos los oficios posibles, había triunfado en los años 70 con tres discos que vendieron millones de copias, lo llamaban el sucesor de Dylan, no Tomas, sino Bob, el mejor. Después no había vuelto a sacar ningún disco digno en casi 15 años, probablemente por que se había hecho cocainómano y alcohólico y no tenía muy claras las ideas como para componer nada. Durante los años ochenta había vivido dando tumbos de aquí para ya, de ciudad en ciudad, de paliza en paliza, trabajando como encuestador, como camarero, como vendedor de collares horribles, y tocando, cuando podía, en algún tugurio a cambio de un poco de alcohol. Cuando más bajo llegó fue en las Vegas donde había trabajado de imitador de Elvis en un puticlub de las afueras. Ahí fue donde justamente lo encontró un productor de una multinacional, que, por lo visto, había sido muy fan suyo de joven, y lo había rescatado, le había sacado un disco y le había devuelto a la circulación. Joder, que tipo el Plakan, y yo con el bebiendo mano a mano, diciendo fuck a las tías, en un antro, como amigos de toda la vida. Manda huevos, cómo es la vida.
Seguimos bebiendo hasta que de los cinco que quedaban ya solo estábamos Plakan, que no quería irse bajo ningún concepto, y yo. Me pasó un brazo por encima del hombro y me dijo, en español, vamos a beber como hombres. Y así hicimos, vaya unos hombres estábamos hechos el viejo y yo. No paramos de tragar hasta que nos echaron del bar, ya de mañana.
Camino de hotel pasamos por delante del Gugenhein y Plakan se puso a reír, después me pregunto si me apetecería sentarme en el paseo de la ría. Le dije que sí y nos sentamos en un banco. La luz del día le daba un aspecto cadavérico, estaba pálido, lleno de marcas y arrugas. Me dijo que estaba triste, estoy jodido, amigo, estoy hecho polvo. Lo siento Plakan. No dijo nada. El sol salía por entre las montañas, como un rey malvado que viene a joderlo todo, a demostrar que somos humanos, a enseñarnos los desperfectos que la noche tapa. No te conozco de nada, Manuel, de nada y estarás flipando con este viejo chocho que viene a contarte sus problemas. Puedes contarme lo que quieras, yo te admiro y quiero aprender de ti. Cuando oyó esto se rió tanto que creí que se iba a ahogar de lo rojo que estaba. ¡¡ Me admiras!!, ¡¡ pero si no me conoces!!¡yo soy una mierda que ha tirado su vida por la borda! un viejo solitario que no tiene donde caerse muerto, que no tiene nadie que lo quiera. Pero no, tú eres muy grande, tú has vivido, tú tienes cosas que contar, tú eres todo lo que yo quiero ser. Yo he sido alcohólico, yo he sido drogadicto, yo he estado en mil sitios y apenas recuerdo dos, yo he hecho daño a las pocas personas que me querían, yo he tenido una vida de mierda. Unas palomas se pusieron a comer delante de nosotros, rebuscando entre las cáscaras de pipas y la gravilla del suelo, me quedé mirándolas, escuchando su gorgoteo. Cuado mire a Plakan estaba llorando. Qué te pasa Plakan, por qué lloras, tú tienes gente que te quiere, tú tienes tu música. Yo no tengo nada, mi música hace ya treinta años que me ha abandonado, los temas de mis discos ya no los compongo yo, no tengo nada y nadie me llorará cuando me muera. Plakan, aun eres joven, te queda muchas cosas que hacer antes de morir, puedes incluso tener hijos, puedes tener todo lo que quieras Me estoy muriendo, me estoy pudriendo, estoy caducado, Manuel, para mi ya no hay tiempo, tengo cáncer de estomago, tengo un tumor en las putas tripas. Las palomas seguían ahí, nos llegaba el ruido de la ciudad que despertaba, de las verjas de las tiendas subiéndose, chirriando, pasó un barco silencioso por la ría, un barco lleno de turistas, alguno nos sacó una foto. Lo siento, lo siento mucho, solo acerté a decir. El me miró y se calló, se secó los ojos. Los pájaros cantaban en los árboles, encima de nuestras cabezas, yo hacía dibujos con el tacón de mi campera en la gravilla, círculos, cuadrados, A, B, C, un corazón. ¿Sabes que en español la palabras tumor y humor suenan muy parecidas?. Me miró desconcertado. ¿Sí? O sea que podríamos decir que ahora mismo estoy de buen tumor, añadió con una sonrisa en los labios. Si, representaría muy bien tu estado anímico, le contesté sonriendo. Seguimos sonriendo en silencio. Oye Manuel...¿Si, Kaplan?. ¿Sabes por qué siempre llevo sombrero? Sí, porque una vez, colocado, soñaste que un dragón te cagaba en la cabeza y porque tu maestro y tutor, el que te enseñó a tocar la guitarra, un viejo negro, Big Joe, decía que un caballero siempre lleva sombrero. No, Manuel, no, mira. Le miré y no di crédito a lo que vi.¡Estaba totalmente calvo! una enorme y blanca calva que comenzaba justo donde acababa el sombrero. Empezamos a reírnos a carcajadas, histéricos, felices, me caí al suelo entre lágrimas, algunas personas que paseaban nos miraban alarmados del estruendo que estábamos metiendo.
Nos levantamos y nos fuimos al hotel. Nos despedimos con una abrazo, probablemente nunca lo volvería a ver. En la cama del hotel tardé un poco en dormirme, me dormí justo cuando me di cuenta que Plakan no me había dicho nada de mi obvia cojera. Qué tipo el Plakan, pensé antes de dormirme.
Así pues, como ya os he dicho, repetiría ese día, esa noche, eternamente, toda una vida, o muchas vidas. Para que nadie me preguntara nunca el por qué de mi cojera, para ser esa estrella que siempre quise ser, esa estrella fugaz que reluce más cuanto menos dura, para llevar esa vida que nunca llevaré, para poder quejarme de llevarla y, sobre todo, para que Plakan estuviera siempre de buen tumor, para que viviera eternamente.
10 comentarios
Marian -
Podría escribir un cuento parecido, autobiográfico. Y sobre la decepción y la muerte en vida que me depararía de esa experiencia.
Rafa Rotten -
¿Soy aquello que deseé ser?
Amé a dos mujeres, hice el amor a dos mil; entre ellas alguna de mis antiguas compañeras de colegio (la venganza tantas veces deseada). Y casi siempre con las más feas que encontraba; incluso elegí docenas de hombres, pues a pesar de ser heterosexual, la espiral de degradación y sordidez lustraba mucho el personaje, mi personaje.
Por supuesto nunca recibí sentimientos de verdad, si bien es cierto que nunca sentí de verdad: Empate.
Después de ser consciente de todas estas farsas y miserias, ¿qué le podría decir yo al cojo Manuel????
Que me encanta.
Adoro esta mierda.
-----------------// (Sniiiiiiiiiifffffffffffff)
Rafa Rotten -
Todas las leyendas que yo inventé, y con las que fantaseé durante tanto tiempo. Como aquella visión de los restos de comida ya asimilada de los que se desprende un dragón brillante, y por qué es bueno llevar sombrero para evitarlo. O ésa otra que relata cómo compuse mis grandes hits Tomorrow, Laurie o Serenade. Sumido en pleno arrebato de inspiración, agarrado a la botella de whisky, desnudo en la playa con la marea subiendo, vi cómo dos ángeles malditos salieron del mar y me regalaron aquellas composiciones.
Y bien, llegado hasta aquí te das cuenta de la impostura, de la falacia; de millones de personas que adoran a un personaje inventado, mi propio personaje. Un personaje como al que aspira Manuel, un personaje que ya sólo aspira... cocaína; todo el día, de noche y de día, y de noche también, incluso por el día.
(Total, me sobra el dinero)
Rafa Rotten -
Pero la gente, en general, el colectivo gente, me aprecia. Causo sensación, adoran mi mirada indolente y mi media sonrisa. Porque saben que soy lo que nunca serán. Porque viven en mí lo que nunca vivirán.
Por supuesto hay personas que no me tragan; muchas, eso es bueno. Y otros que me seguían al principio y ahora reniegan, bien por haberme llegado a conocer personalmente, o bien aduciendo un indiscutible bajón en la calidad de mis trabajos. Todo esto es bueno, yo no podría criticar a ninguna de estas personitas porque no son nadie, no viven, para mí no existen.
Rafa Rotten -
Así pasé toda mi infancia, y mi adolescencia (yo quería ser un adolescente como el resto, tardé tiempo en cerciorarme de que más bien fui un adoleciente. En aquella época, además, no le supe sacar partido a la fatalidad, la mitología del perdedor y el atractivo del malditismo, simplemente quería ser uno más. Vaya vulgaridad, lo sé) Pero no lo era, así que el miedo a las chicas y la extrema timidez se subvertían en mis sueños y delirios de grandeza, en los que yo, ya sumido en el mayor de los estrellatos, me vengaba de todo y de todos (y de todas). Cuán hiriente sería mi futuro desprecio.
Oh, aquella mirada indolente y esa media sonrisa. Me salía tan bien... Lo tenía todo tan ensayado. Mi discurso, mis respuestas ingeniosas, todo...
Cuántas horas soñando frente al espejo, cuántas horas soñando en la cama (solo, siempre), horas soñando en el metro, en la calle, andando, parado, sentado, cuántas horas soñando, cuántas horas.
La impostura...
Saidin -
Vivir rápido, morir joven y recordarlo cuando seamos viejos
Rick -
FeRpecto -
Lo has contado de forma genial, me ha encantado.
antwad -
:-)
odyseo -