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MUCHO DADÁ

Un lugar bajo el cielo

Quién me iba a decir que acabaría mis días así. En este quiosco que regento con mecánico aburrimiento desde hace ya veinticinco años. Casado con esta buena mujer que cometió el error de creer que yo la quería, de creer que tener hijos era lo máximo que podía ella darme. Dividiendo el año en estaciones, en parece que cambia el tiempo de una vez, en a ver si deja de llover, a ver si llueve de una vez, a ver, como si me interesara ver. Fingiendo. Siendo el quiosquero más desagradable de Madrid, el quiosquero que dice eso de si quieres leer vete a la biblioteca a quien ojea las revistas más de tres segundos. Viendo crecer los árboles de mi calle, viendo crecer mi barriga, mi barba, mi hastío, mi pereza y los pensamientos de suicidio. Contando una y otra vez las mismas historias a Mariano, el camarero chileno del bar donde voy todos los días a desayunar, historias de Paris, de bohemia, de drogas, de cuando fui a San Francisco el verano del amor. Historias que él acepta con aire indiferente sin importarle haberlas escuchado mil veces, como escucha todas las historias que la gente mayor tiene guardadas en la recamara de su frustración y que ya nadie quiere escuchar en casa de tan repetidas. Yo conocí a Gombrowicz, Mariano, estuve cenando en su casa unos años antes de que muriera, era muy alto Mariano, y hablaba lentamente, comía lentamente, se movía lentamente, como quien está acostumbrado a esperar, Mariano, un genio, qué hombre, y yo cenando con él, porque yo prometía, yo podría haber sido un gran escritor, sí, Don José, se nota que usted a vivido mucho, añade Mariano sin importarle quién o qué es Gombrowicz, mientras seca las tazas que acaba de sacar del fregaplatos, he vivido mucho, al menos eso nadie me lo podrá quitar, sí, Don José, ya nos gustaría a muchos haber vivido tanto, porque usted tendría que ser ministro de cultura y no esos mentecatos encorbatados, bueno, bueno, yo no pido tanto, además yo soy feliz en mi quiosco, con mis amigos, viendo crecer sanos y fuertes a mis hijos, que son mi mejor obra, miento, miento, miento, lo que pasa es que es usted muy modesto, Don José, tendría que aprender de usted todos esos “intelectuales”, no Mariano, yo soy feliz con mi vida, no pido mucho, tener mi sitio en el Mundo, ver algunos amaneceres, observar a la gente presurosa que pasa por delante de mi quiosco a todas horas, observar, Mariano, eso es lo que siempre me ha gustado, de hecho estoy escribiendo una novela sobre mi quiosco, sobre esa gente que pasa, sobre esos amaneceres, sobre ti, Mariano, tú también sales en esta gran novela que estoy escribiendo. Y Mariano me mira sonriente, como se mira a un niño. Gracias Don José, pero no creo que mi vida sea interesante, no me merezco estar en sus páginas, que sin duda pasarán a la historia, y yo, claro que te lo mereces Mariano, la gente como tú sois el material con el que construimos nuestras ficciones los artistas. Bueno, Don José cuando acabé esa novela déjemela leer, aunque no creo que pueda tener yo opinión fiable sobre ella, yo soy muy ignorante. Tú eres un Dios Mariano, un Dios, añado mientras apuro mi café con leche y saco calderilla para pagarlo.
Después abro mi quiosco, y nada más.
Así durante los últimos veinticinco años y en todo este tiempo no he vuelto a escribir una palabra, han pasado por delante mío miles de personajes y nada he hecho, únicamente quedarme estoicamente dentro de mi cubículo, como una tortuga deprimida. Tampoco es que de joven escribiera mucho, siempre he sido más de decir que escribía que de escribir realmente, siempre me ha gustado más que la gente me tuviera por escritor que molestarme en llegar a serlo, de hecho he dejar pasar 25 años sin hacer nada, con todo el tiempo del mundo para escribir y sin hacerlo, sentado en medio de la calle, en ese puesto privilegiado de observador, desde el que soñaba Ramón Gómez de la Serna regalar sus pequeñas greguerías a los peatones para poder coleccionar sonrisas, y sin observar nada, únicamente mi ombligo cada día más enterrado en mi gran panza de buda ignorante.
Pero de esto no me he dado cuenta hasta hace unos días que empecé a escribir de nuevo, o por primera vez, ya no recuerdo, y estos veinticinco años han pasado como un suspiro por mi memoria, han caído en picado, como una bomba, sobre mi ego, cuando he intentando escribir una historia y he caminado por senderos recorridos hace tiempo y que ahora estaban vacíos, muertos, llenos de un eco que repetía, enloquecido, mi nombre, mi ego, lo jodido y triste que soy y lo divino y tonto que era de joven.
Y por qué he vuelto a escribir. Por qué he salido de mi letargo. Pues porque me he encontrado a mi mismo en un viaje en el tiempo, porque una ruptura espacio temporal ha hecho que yo mismo hace treinta años me comprara el otro día a mi mismo un libro que venía de regalo con un periódico.
Al principio no me di cuenta. ¿Tienes el libro que regalan con el País Semanal? me dijo una voz lejana. Yo, desde mi yoismo, ni me molesté, como siempre hago, en procesar la información más de dos segundos, los suficientes para poder decirle a esa voz que el libro lo regalaban los Domingos, y que hoy era lunes. Sí, lo sé, pero también sé que podéis venderlo cualquier otro día. Mierda de voz que me hacía trabajar, ahora tendría que levantarme de mi taburete y alargar un brazo, mierda de clientes que no me dejaban perderme en el vacío complaciente de mi vida. No dije nada, suspiré, alargué el brazo y cogí el libro. No comprendo muy bien qué me llevo a mirar el titulo del libro, pues pocas veces en diez años he leído algo que yo venda, una fue cuando inauguré el quiosco, quizás dejándome llevar por la ilusión, o queriéndome convencer de que la tenía, y otra cuando los atentados de las Torres Gemelas, para confirmar con cierto aire de cruel satisfacción, mi teoría largos años mantenida de que el mundo se iba a la mierda de cabeza, pero el caso es que lo miré, y era “La Piel” de Curcio Malaparte, uno de mis libros preferidos cuando era joven. Esta sorpresa me llevó a su vez a mirar a ver de quién venía la voz que quería leer ese libro. Y de pronto me vi, reluciente, lleno de ego, con unos 25 años, la vida aun por estrenar. Pero él pareció no darse cuenta, tanto había cambiado en treinta años, tan fea era la máscara que había tapado mi rostro, tan horrible era el disfraz que me había puerto como el uniforme de un condenado a cadena perpetua. Ni siquiera me miró, sus ojos solo vieron el libro que le tendía, el libro que esa noche y la siguiente le impedirían dormir, el libro que había comprado yo en Roma hacía tantos años y que tampoco me había dejado dormir en la cama de mi pensión, en aquella habitación barata abuhardillada, desde donde veía todos los tejados bajo la luna, todas las casas ancianas empujándose unas a otras, como un equipo de rugby de jubilados en un partido contra la historia, donde me complacía mirando las manchas del techo y pensando en la suerte que tenía por estar allí en aquel momento mientras España se marchitaba como la ropa vieja en un armario con olor a naftalina, en lo especial que yo era, en lo grande que sería.
Pero yo lo vi a él, y no lo he podido olvidar. Sin saber qué hacer, qué decir, cómo disculparme por haber caído tan bajo, me agarré a una pregunta típica, ¿no quieres el periódico?, le dije intentando mostrarme indiferente, pero con un ligero temblor en la voz. No me interesa nada, por mi el Mundo se puede pudrir, los políticos mienten, la gente miente, le vida miente, dijo el mientras me daba el dinero, con cierto aire de superioridad. ¡Dios mío!¡Tan joven y ya enfermo!¡Tan bello y ya marchito!¡Tan listo y ya subnormal perdido! Condenado ya a su quiosco, condenado a nunca escribir nada decente, condenado a dejar de escribir, condenado a una barra de bar grasiento, un café con leche y un croissant demasiado duro. ¡No!¡No digas eso!¡Mírame!¡Doy asco, no acabes como yo!¡No seas yo!¡No niegues nada!¡Di siempre si!¡Sí!, me dieron ganas de gritarle, de pegarle una bofetada de decirle que era un dios y que como tal tenía que querer a todos los seres humanos, que tenía que morir por nosotros cada noche, a todas horas, cada minuto de su vida, que teníamos que beber de su sangre si quería ser feliz . Sin embargo no dije nada, cogí el dinero, y dejé que se alejara rumbo al pasado, rumbo a los mismos errores que engrasaban nuestra rueda kármica, a tropezar por millonésima vez con la misma piedra, a quedarse poco a poco sin alimento por no cultivar nada más que egoísmos, camino de esta calma chica en la que vivo.
Por eso estoy escribiendo, por eso estoy solo ahora en el salón de mi casa, sentado enfrente de la gran mesa familiar, rodeado de los libros que he rescatado de su encierro en el desván, intentando recomponer los trozos que de mi hayan quedado, mientras oigo la respiración pausada de mi mujer que duerme en la habitación contigua, de mi mujer que quiso ser amada y consiguió a cambio cariño, la respiración de mi hijo de quince años que, de momento, sufre por cosas que no importan y son sanas, que sueña con sexos, institutos y futuros, escribiendo en esta mesa en la que hemos comido toda la familia a lo largo de los años años, en donde hemos celebrado tantas noches buenas y tantas noches malas, donde han estado disfrutando del buen hacer de mi mujer en la cocina tantas personas, algunas que han muerto, algunas que se han ido y que no han vuelto, como mi hijo mayor, que estudia en la universidad de Salamanca y que casi nunca llama ni viene a casa, que no quiere parecerse a mi en nada, y con el que desde hace años no he intercambiado más de 6 palabras.
Son las 5 de la madrugada , no recuerdo cuándo fue la ultima vez que fue esta hora, cuándo dejé mis pestañas en las hojas de los libros, cuándo los muebles de una habitación tosieron por culpa de mi humo y lloraron por mis desvelos,. El que estoy intentando dejar de ser se despertaba a las 7, se duchaba mientras su mujer preparaba el desayuno, salía de casa a las 8 en punto, iba al bar de Mariano a desayunar por segunda vez con tal de poder hablar con alguien.
A las nueve en punto habría el quiosco, y luego moría.
Me pregunto qué pensará mi mujer cuando dentro de dos horas se levante somnolienta y me vea aquí, entre papeles, y yo le diga que se vuelva a acostar, que ya no va a tener que hacerme el desayuno, que no pienso abrir el quiosco nunca más, cuando la bese como hace años que no hago, o como nunca he hecho, y luego le haga el amor por primera vez en mi vida. Le diré también que nos vamos a su tierra, a su pueblo de Galicia, que con el dinero que he ahorrado todos estos años para no tener que llevarla al cine ni a cenar nos vamos a comprar una casa de piedra, con jardín, que allí vamos a ser felices, que yo solo quiero una habitación donde escribir todo lo que no he escrito, todo lo que tengo que ir rascando poco a poco, todas las cosas que tengo que ir sacando de entre el fango que ha sido mi vida.
Me va a costar empezar a vivir siendo tan viejo. Me va a costar aprender a andar de nuevo, pero pienso hacerlo. Haré una gran novela, intentaré agradecer a todos los Marianos que he conocido el haberme aguantado, el no recriminarme haberlos depreciado, intentaré hasta el día de mi muerte hacer una novela como el Mundo, como la vida, que nunca se agote, en la que todas las personas que estamos ahora vivas podamos vivir siempre, con la que todos los yo que he sido y que son y que serán rectifiquen el camino mal comenzado y se sienten y piensen y se pregunten por qué se merecen estar vivos.
Pienso ahora que quizás sea este el primer capítulo de esa novela que nunca acabaré por que no se puede acabar, o la introducción donde me explico, me disculpo, agradezco. Pienso ahora que quizás, con esfuerzo, pueda llegar a ganarme, algún día, un lugar bajo el cielo.

11 comentarios

Marian -

Yo también lo haré. Cuando reúna el dinero necesario para poder dedicarme a escribir, cuando sea una vieja, cuando el amargor por los días trabajados me permita tener una calidad de vida de la que ahora carezco pues las facturas que se comen el poco dinero que tengo como billetes ardiendo y eso me obliga a entrar en el juego y dar vueltas en la rueda que aborrezco. Pero algún día llegará ese día. Aunque entonces tenga 80 años. Nunca es tarde. Eso me lo ha enseñado tu cuento.

http://www.escritores.org/recursos/agentes.htm

No seas tonto y deja de ponerte excusas. Busca un agente literario. Tienes el suficiente talento como para que te tomen de verdad en serio, diamante bruto (porque estoy segura de que eres un poco bruto).

Tristán Fagot -

Vaya. No se me dan bien esas cosas, no soy nada pesado...

En fin, intentaré concursos. Pero hasta eso me da una pereza terrible.
También me han hablado de agentes literarios, pero no tengo ni idea de para qué sirven

lapiedraenla...rayuela? -

buf, si ideas tengo muchas, lo que no tengo es dinero,
Y mucho menos una editorial.

no sé, es una sugerencia.
yo mover los dedos si que le veo, y además con mucho acierto. quizás debería mover las ideas, y prostituirlas un poco, no cree?
rebuscando entre sus cosas,
acosando editoriales,
mandando amenazas por escrito...

esas cosas.

Tristán Fagot -

No, nunca he publicado en ningún sitio.Es mi sueño hacerlo pero nunca he movido un dedo por ello.
Bueno, hace un año gané un concurso de cuentos y publicaron los mejores en un libreto de la comunidad de Madrid. Pero nada serio.

Si tiene usted alguna idea...

lapiedraenlarayuela -

tiene que publicar usted pero ya.
quiero un libro suyo!
(no es un mal cambio, lo del hijo estaba ya muy remasticado)

en serio... ha publicado en algun sitio?

Tristán Fagot -

No, no soy quiosquero, y no tengo carnet de escritor(estaría guapo; los cuatro entendidilllos presumiendo de carnet)
Gracias a todos por tanta efusión :-D

Serginho Sarraceno Niente -

¡Me cago en mis barbas! ¡Grandísimo! Abrazos, mi Perfecto Prefecto Prusiano.

Txoak -

Mi comentario es breve pero sincero.

Qué gran relato, quiero más!!!

capitan harris -

O sea, ¿que todo esto se lo ha imaginado usted? Desde luego no se dónde vamos a ir a parar. ¡Menuda época les ha tocado vivir!

Espero que al menos tenga los permisos necesarios y carnet de escritor. Quiero decir carnet de los buenos, reconocido por alguna sociedad... reconocida por... algún ministerio... o alguien...oficial.

¿De verdad no es usted kioskero?

Tristán Fagot -

No me confunda ud literatura con realidad, amigo Saidin, que yo sepa, ni siquiera soy quiosquero :-P
Pero gracias de todas maneras :-D

saidin -

eres demasiado jóven para ser tan viejo, mi pequeño tristán. Todavía nos quedan muchas batallas, y hasta que lleguen, todas estarán por ganar. Todavía nos quedan muchos sueños, y hasta que mueran, estarán por cumplir. Todavía nos quedan muchos viajes, y hasta que acaben, estarán por empezar.
Todavía surcaremos muchos mares, escalaremos muchas montañas, cruzaremos muchos desiertos, viviremos muchas noches; antes de empezar a morir. Piensa que la muerte no es el fin, mi triste tristán, sólo es el reposo del guerrero después de la gran cruzada de nuestras vidas. Así que mi querido tristán, piensa en dejar bien altas las banderas, para que las generaciones futuras, nos miren con orgullo, y sientan en sus corazones que son de los nuestros, pequeños grandes genios.