Sexo
A ver, ya es hora de te afronte, de que te mire a la cara y hable contigo de una vez por todas. Ya no soy un niño, ya no soy un adolescente, ya he dejado de ser cualquier cosa. He intentado escapar de este momento inevitable durante toda mi vida, sobre todo desde la primera vez que te vi, cuando te llevaste a mi amigo, cuando tenía 16 años. Me he refugiado en fiestas infinitas que empezaban al amanecer y acababan en el coma profundo, en millones de conversaciones con rostros que he olvidado y que fueron uno solo. Me he dopado con todo lo que se puede uno dopar, LSD, coca, alcohol, literatura, poesía, arte, para no aprender tu inevitable lenguaje, para no entender lo que me decías al oído.
Te tienes que acordar de los espejos por la mañana, llenos a rebosar de luz y realidad. De esos patios de luces a los que me asomaba después de una noche en vela y decía cosas como están ahí los vecinos espiándome, están ahí ellos, en silencio, mirándome desde el fondo oscuro de sus casas para alimentarte. De esas mujeres a las que amé, tantas, tantas, con un amor finito y carnal como un orgasmo.
En fin, aquí me tienes. No puedo seguir escapando, ya he aprendido tu lenguaje y a manejar las palabras de consuelo con destreza de ilusionista en todos los tanatorios a los que he ido. Esas palabras que hay que arrastrar con dinámica de babosa, suavemente, sin levantar la voz, provocando, a lo sumo, un aire como el que convierte en metáforas facilonas las hojas muertas de los árboles en otoño, junto al paseo del río al que nunca te tenías que haber acercado con las defensas tan bajas. Ya he escrito esos poemas griposos en las tardes de invierno, esos símbolos que estornudan bajo la lluvia, esos versos como goteras en el techo de la casa vieja.
Yo te escucho, dime lo que tengas que decirme. Pero no te calles, pues presiento ahora que hablas cuando no se te quiere oír y te callas cuando se te increpa a explicarte, con terquedad de niña caprichosa, con terquedad de virgen santísima de cera. Cuéntame cuatro verdades que me aniquilen y lobotomicen la poca poesía que queda en mi cerebro.
Acerca tu boca a la mía, que quiero sentir tu aliento, quiero ver tus dientes blancos como la luna, que es tu casa. Mete tu lengua en mi boca, mi pene duro en la tuya y chupa toda la vida que tengo en él atrapada, que si he de morir quiero que sea follando, haciéndote gemir a ti por una vez, que seas tú la que grites. Que derrames todas las lágrimas que has comido, todo lo que conservas congelado, todas las pestes, los holocaustos, callejones húmedos llenos de cartones, basura y temores.
Te tienes que acordar de los espejos por la mañana, llenos a rebosar de luz y realidad. De esos patios de luces a los que me asomaba después de una noche en vela y decía cosas como están ahí los vecinos espiándome, están ahí ellos, en silencio, mirándome desde el fondo oscuro de sus casas para alimentarte. De esas mujeres a las que amé, tantas, tantas, con un amor finito y carnal como un orgasmo.
En fin, aquí me tienes. No puedo seguir escapando, ya he aprendido tu lenguaje y a manejar las palabras de consuelo con destreza de ilusionista en todos los tanatorios a los que he ido. Esas palabras que hay que arrastrar con dinámica de babosa, suavemente, sin levantar la voz, provocando, a lo sumo, un aire como el que convierte en metáforas facilonas las hojas muertas de los árboles en otoño, junto al paseo del río al que nunca te tenías que haber acercado con las defensas tan bajas. Ya he escrito esos poemas griposos en las tardes de invierno, esos símbolos que estornudan bajo la lluvia, esos versos como goteras en el techo de la casa vieja.
Yo te escucho, dime lo que tengas que decirme. Pero no te calles, pues presiento ahora que hablas cuando no se te quiere oír y te callas cuando se te increpa a explicarte, con terquedad de niña caprichosa, con terquedad de virgen santísima de cera. Cuéntame cuatro verdades que me aniquilen y lobotomicen la poca poesía que queda en mi cerebro.
Acerca tu boca a la mía, que quiero sentir tu aliento, quiero ver tus dientes blancos como la luna, que es tu casa. Mete tu lengua en mi boca, mi pene duro en la tuya y chupa toda la vida que tengo en él atrapada, que si he de morir quiero que sea follando, haciéndote gemir a ti por una vez, que seas tú la que grites. Que derrames todas las lágrimas que has comido, todo lo que conservas congelado, todas las pestes, los holocaustos, callejones húmedos llenos de cartones, basura y temores.
6 comentarios
Paco -
antwad -
Afecto, hermano.
Tristán Fagot -
qué más quisiera!!
odyseo -
Drusilla -
Me ha encantado
KENDRA -
Joder, que frase tan dura...