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MUCHO DADÁ

Mi guerra

Esta semana, esta semana, esta semana. Hoy, hoy, hoy. Conceptos que no encajo, extraño cumpleaños en el que me ha dado por pensar pocas cosas y las que he pensado no fueron buenas. Carnaval, la primera vez que, con seis años canté “yellow submarine”, asociaciones traídas por los pelos, como un cromañon enamorado en la noche de bodas, mi mente prehistórica de entonces y de ahora, todo se ha parado esta semana, que ha tenido un día, que es hoy.
Y ni siquiera estoy triste, eso sería un paraíso comparado con esta placenta, en el vientre de una madre sucia, bocazas y borracha, donde estoy esta semana.
Quizás salga esta noche a buscar la muerte, legionario carnavalesco sin disfraz, y decirle cuatro cosas hasta caer borracho y que me viole y me arrastre a metáforas más pulidas.
Contar una sola verdad colmará mis necesidades, mis sueños, y podré dormir en paz.
Contar algo que no sea falso antes de que mi generación invente sus mitos literarios, antes de que escribamos miles de páginas sobre David el Gnomo, sobre los Mundos de Yuppie, sobre la televisión, sobre lo mucho que nos aburrimos y lo poco postmodernos que somos, antes de que inventemos símbolos e ideales que nos lleven a una nueva guerra de la que no saldremos.
No sirven los hombres para tiempo de paz, porque no están hechos para pensar, eso fue un error; una asociación gratuita que desencadenó un proceso de palabras encadenadas, una reacción atómica de bibliotecas, que nos encerró dentro de nosotros mismos y puso una dimensión de decorado a todo lo que nos rodeaba.
No inventéis palabras, muerte a los neologismos, y gruñir, llorar o gritar por las cosas más insignificantes, quitaros las pesadas responsabilidades que ningún dios malvado nos ha impuesto, nadie os manda querer ni escribir poemas pintar cuadros tener opiniones poner comas espiar a nuestro vecino fingir que sentís pena por los que niños sufren, por los perros abandonados. Nadie, repito, me ha ordenado ser tan jodidamente humano, pensar que la semana acaba y sufrir porque no creado vida, plantado un árbol o escrito algo que me haga digno del cielo cristiano.
Pensad que Adan y Eva follaban a cuatro patas y que Dios los echó del Paraíso cuando inventaron el sexo oral. La serpiente no era el diablo, era el dueño de la librería de la esquina, era el editor Herralde, era un bibliotecario argentino ciego que escribía sobre puñales, tigres y sobre la Rosa de Paracelso. Sobre el eterno retorno.

3 comentarios

antwad -

Error de tecleo.
Dadá sintético en marcha.
Procesando.
Olvidando.
Semana, día, hoy, yellow, submarine...
Yipie-ay-ey, auuu.
Desconectando.

oo -

El librero era mujer.