El gato frustrado
Su gato es un gato dadaísta. Como buen dadaísta se come los libros con extremo placer, araña y muerde con rabia todos los cuadros, dibujos, esculturas o cualquier manifestación artística que encuentra a su paso. Incluso, alguna que otra vez, se carga objetos cotidianos temiendo que sean arte conceptual camuflado, y ante la pregunta de por qué lo hace únicamente contesta, con el rostro impasible y bizqueando, un lánguido y prepotente Miaouuuuuuu.
Su gato es un gato de tercera generación. Su abuelo nació cuando él tenía tres años y, generación tras generación, su descendencia lo ha acompañado allá donde fuera, destrozando toda manifestación artística que encontraran a su paso. Siempre el mismo proceso: en cuanto el gato está cerca de la vejez se le da la alegría de ofrecerle una bella y jovencita gata en celo. Una vez está gatita queda embarazada el progenitor puede morir en paz. Lo malo es que de cada camada se escoge uno, con lo cual suelen quedar varios gatos dadaístas que se reparten por diversos hogares. Y así generación tras generación. Dentro de unos cuantos años, calcula, habrá casi mil descendientes dadaístas del dadaísta original y teme que se conviertan en plaga, que tomen el control y acaben con el arte.
En el fondo su gato no es un gato, es un artista frustrado. Alguna que otra vez, al volver del baño o de la cocina, lo ha encontrado frente al ordenador intentando escribir algo, rabioso por no poder usar el teclado. La última vez llegó a escribir ollñkdsam jlkwelkwef fwelkjwef y lleva tiempo intentando descifrar este críptico y frustrado mensaje animal. También lo tiene visto moldeando la caca de su cagadero con pasión, empecinado en hacer una bella escultura. Pero no puede, pues su falta de dedos se lo impide, y se refugia en un cruel, salvaje y rabioso dadaísmo.
Su gato es un gato de tercera generación. Su abuelo nació cuando él tenía tres años y, generación tras generación, su descendencia lo ha acompañado allá donde fuera, destrozando toda manifestación artística que encontraran a su paso. Siempre el mismo proceso: en cuanto el gato está cerca de la vejez se le da la alegría de ofrecerle una bella y jovencita gata en celo. Una vez está gatita queda embarazada el progenitor puede morir en paz. Lo malo es que de cada camada se escoge uno, con lo cual suelen quedar varios gatos dadaístas que se reparten por diversos hogares. Y así generación tras generación. Dentro de unos cuantos años, calcula, habrá casi mil descendientes dadaístas del dadaísta original y teme que se conviertan en plaga, que tomen el control y acaben con el arte.
En el fondo su gato no es un gato, es un artista frustrado. Alguna que otra vez, al volver del baño o de la cocina, lo ha encontrado frente al ordenador intentando escribir algo, rabioso por no poder usar el teclado. La última vez llegó a escribir ollñkdsam jlkwelkwef fwelkjwef y lleva tiempo intentando descifrar este críptico y frustrado mensaje animal. También lo tiene visto moldeando la caca de su cagadero con pasión, empecinado en hacer una bella escultura. Pero no puede, pues su falta de dedos se lo impide, y se refugia en un cruel, salvaje y rabioso dadaísmo.
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